Practicando el arte de “no ser detectado”

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Texto y Fotografías por Biol. Oscar S. Aranda Mena

El mimetismo y el camuflaje han existido desde que los primeros animales evolucionaron, y han formado parte de la naturaleza por siempre como una herramienta de supervivencia. Sin embargo, fue hace apenas 223 años que la ciencia comenzó a interesarse en su significado, cuando Erasmus Darwin comentaba en su libro Zoonomia (1794) que “el color de muchos animales parecía ser una adaptación para ocultarse a si mismos, ya sea para evitar el peligro o para sorprender a su presa”. 65 años después, su famoso nieto publicaría su teoría de la evolución, donde habla precisamente de las sorprendentes adaptaciones de los seres vivos.

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Parece que desde entonces, con esa descripción tan clara y sencilla no hay mucho qué agregar, hasta que nos damos cuenta realmente de que las técnicas tan complejas y avanzadas que los animales utilizan para ocultarse, superan nuestra capacidad de entendimiento, y que sorprendentemente, la capacidad de algunos animales para adaptarse al mundo actual son más rápidas y efectivas de lo que podría esperarse.

Por ello deben diferenciarse las distintas estrategias entre sí, como la cripsis o camuflaje (imitar las características de un ambiente o un objeto), el aposematismo (llamar poderosamente la atención como una forma de advertencia) y el mimetismo (copiar la apariencia de otros seres vivos). En realidad es muy sencillo de entender, pero aún así pondré tres ejemplos típicos:

Pensemos primero en las Santateresas o Campamochas (Mantis religiosa). Son insectos a los que todos podemos fácilmente asociar en nuestra mente sin necesidad de una fotografía: su estrategia para ocultarse es muy sencilla, pues se adaptan al ambiente vegetal en el que viven. Algunas son verdes, otras marrones, pasando desapercibidas entre las hojas verdes o las ramas secas, mientras se mueven en un vaivén que recuerda a una hoja movida por el viento. A eso se le llama camuflaje.

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Ahora pensemos en las mariposas Monarca (Danaus plexippus), que como es bien sabido sus larvas se alimenta de una planta que contiene toxinas, almacenándolas en sus cuerpos para que otros animales no se las coman. Desde que son orugas, y luego como adultas, poseen un patrón de colores que les permiten ser identificadas como “de sabor desagradable”, por lo que un depredador evitará comerlas simplemente con verlas. A eso se le llama coloración aposemática o aposematismo.

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Mariposa Monarca (vista ventral y dorsal)

Hay animales que sacan ventaja de aquellos que son aposemáticos, ya que al imitarlos y parecerse a ellos logran evitar que se los coman al confundirlos con los verdaderos. Eso es exactamente lo que ocurre con dos especies de mariposa que imitan a las monarcas, y que son sorprendentemente similares: la mariposa Virrey y la mariposa Reina (Limenitis archippus y Danaus gillippus). A eso, mi estimado lector, se le llama mimetismo.

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Mariposa Reina (vista ventral y dorsal)

Hay tantas formas de ocultarse como especies en el planeta, cuyos límites están en el ingenio. Mientras algunas orugas se asemejan al excremento de un ave, algunos escarabajos y polillas imitan a las respetadas abejas y avispas, tanto en color como en su forma, o se asemejan a la corteza del árbol donde se esconden.

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Oruga de Papilio cresphontes

Los reflejos plateados de los peces y su color más claro en su vientre y oscuro en su parte dorsal son excelentes ejemplos de camuflaje, así como las manchas negras sobre un color claro en el pelaje de un jaguar. Algunos animales buscan ocultar únicamente alguna parte de su cuerpo, normalmente los ojos y las extremidades. ¿Se ha dado cuenta que lo primero que miramos instintivamente los seres humanos es a los ojos? Como dicen por ahí, una mirada dice más que mil palabras, pues ésta puede revelar nuestros propósitos. Es por ello es que muchas personas ocultan sus ojos con lentes oscuros, y los animales los ocultan con rayas o patrones de distinto color, tal como hacen los mapaches (Procyon lotor). Una mirada puede ser tan poderosa, que muchos insectos han desarrollado en alguna parte de su cuerpo “falsos ojos” con aspecto intimidante, lo que puede sorprender a su depredador. Esos instantes de desconcierto, pueden hacer la diferencia entre morir o ponerse a salvo.

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Hay otros animales que dedican mucho tiempo en ocultarse construyéndose su propio refugio, al que me gusta describir como un “escudo visual”. Eso es lo que hacen las inofensivas larvas de algunas polillas pequeñas y poco conocidas a las que se les llama comúnmente “cargapalitos” u “orugas de saquito”. Con la ayuda de la seda, se construyen un pequeño saco con una o dos salidas, adhiriendo pequeñísimos trozos de corteza o materia vegetal. Siempre adentro del saco, únicamente sacan su cabeza y sus patas anteriores para moverse de un lugar a otro y comer, y en ocasiones suelen entrar en nuestros hogares, donde les vemos colgando de las paredes, sin tener la menor idea de lo que son esas extrañas basuritas que se mueven de lugar.

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«Oruga de saquito» Familia Psychidae

Los seres humanos practicamos éste arte desde tiempos inmemoriales, aunque la ciencia del camuflaje como tal se ha aplicado principalmente con propósitos bélicos. Nosotros, en innumerables momentos del día utilizamos el camuflaje de forma instintiva e inconsciente: vestimos de una forma u otra para transmitir seguridad o éxito y aparentamos ser lo que a veces no somos.

Algunos preferimos mimetizarnos y pasar desapercibidos entre la muchedumbre como “uno más”, mientras que otros buscamos resaltar y volvernos aposemáticos; algunos para dominar, y otros para protegernos de quienes pretenden dominarnos. Al final de la historia, querido lector, no somos tan distintos al resto de los animales, pues en ésta lucha psicológica, los humanos perseguimos el mismo objetivo que ellos: la supervivencia.

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