Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y en el caso de las tortugas marinas, las fotografías son fantásticas, pues además de transportarnos al escenario mismo, nos transmiten emociones, como los milagros que ocurren cada noche y cada día; tantos y tan intensos como los peligros a los que se enfrentan en cada momento de sus vidas.
Mi encuentro con las tortugas marinas fue cosa del destino, pero estar y convivir con ellas es lo mejor que me pudo suceder. Viví con ellas momentos inolvidables pero también situaciones extremadamente dramáticas. Desde el primer momento me cautivaron tanto que decidí dedicarles todo mi tiempo y mi cariño.
Mi historia comenzó en el año 2000 trabajando para una ONG que se dedicaba a liberar crías de tortugas marinas en algunos hoteles de Puerto Vallarta, México. Su labor era muy importante al incubar en sitios protegidos una gran cantidad de nidos de tortuga que de otra forma se perderían en las playas, ya sea por causas naturales o por el saqueo humano. Ahí descubrí que a pesar de que la ONG y sus colaboradores tenían las mejores intenciones de ayudar a las tortugas que salían a poner sus huevos en la playa, recogerlos y trasladarlos a los viveros de incubación, había muchas otras personas que sin ser parte de la ONG y sin supervisión alguna, se dedicaban a recolectar nidos y sólo entregaban una mínima cantidad, utilizando el resto para consumo personal o venta en el mercado negro. Podrá preguntarse, ¿para qué los consumen o los venden? Porque existe una creencia muy arraigada y absolutamente falsa que les da atributos afrodisíacos, sin dejar de lado que el consumo de su carne también se utiliza ampliamente en fiestas especiales y de gran trascendencia como «la quinceañera», y que es un símbolo de estatus social.
Poco a poco me fui involucrando más y comencé a dedicar las noches para acompañar a las autoridades en sus actividades de recolección de nidos. Una noche presencié algo que marcó en mi vida un antes y un después. Durante un patrullaje en la zona más inhóspita de la región, descubrí infraganti a una persona despedazando una tortuga marina en la playa cuando ésta había salido a depositar sus huevos. No puedo imaginar su dolor y desesperación ante tan fatal injusticia, porque no había nadie para defenderla. Verla ahí, dentro de un cubo de pintura, sin caparazón y con su corazón aún palpitando es una escena que nunca he podido olvidar.
Fue así como me di cuenta que se estaba dejando de lado lo más importante: una verdadera protección de las tortugas adultas y de sus nidos en las playas, así como una labor de concienciación dirigida hacia las comunidades locales, que son quienes verdaderamente pueden cambiar la forma de verlas, de evitar su consumo ilegal y protegerlas.
A partir de entonces dediqué todo mi tiempo a buscar apoyos, patrocinios, a capacitar personal de seguridad de los hoteles, a voluntarios, a autoridades de todos los niveles, a realizar patrullajes nocturnos y establecer mecanismos de control para evitar el tráfico de los huevos, que hasta entonces era sumamente sencillo. Con el paso del tiempo, mucha perseverancia y sacrificios tanto personales como económicos, el proyecto se consolidó como el más importante de la región, gracias sin duda al valiosísimo apoyo de fantásticos voluntarios que se entregaron noche a noche, día a día en cuerpo y alma, y a algunos hoteles que me dieron una base operativa y apoyos económicos, como el hotel Marriott CasaMagna.
Para el año 2010 el proyecto cobró gran interés mediático y tanto la CNN Internacional y la MBC de Corea del Sur viajaron a Puerto Vallarta para conocer y difundir a profundidad las bondades del proyecto.
Como todo tiene un «lado B» y todas las ventajas tienen sus desventajas, nuestras labores de conservación comenzaron a incomodar a algunas personas, y a pesar de que estaba acostumbrado a recibir amenazas por mi trabajo, nunca había sucedido nada más. Sin embargo en el año 2011 todo cambió. Tras algunas denuncias ciudadanas, descubrí que algunos agentes de la policía estaban involucrados en el robo de grandes cantidades de huevos de tortuga marina. Tras hacer pública mi denuncia, todas las autoridades me retiraron su apoyo. Gracias a la llamada telefónica de dos grandes amigos, uno en la Naval y otro en el Municipio, salvé mi vida, pues me advirtieron que esa misma noche irían a por mí y me pidieron insistentemente que no patrullara más.
Suspendí mis patrullajes y terminé como pude mis compromisos que tenía con la temporada de anidación de tortugas. Dejé atrás mi vida de tortuguero, satisfecho y feliz por todo el buen trabajo que se hizo por esos fantásticos seres. Arreglé todos los temas que tenía pendiendes y me mudé a España, donde vivo actualmente.
Las tortugas marinas, unos seres admirables y grandes desconocidos merecen ser tratadas como héroes; unos seres vivos cuya vida es ejemplar desde el mismo momento en el que comienzan a formarse dentro del huevo.
Es tiempo de dejar que las fotos, acompañadas de breves textos le contagien de mi amor y admiración hacia ellas.
Detalle de la hermosa Tortuga Golfina (Lepidochelys Olivacea) en Puerto Vallarta, México.
Tras cubrir con arena su nido y revolver la zona para disimular su ubicación, la tortuga termina totalmente cubierta de arena.
En las noches de máyor actividad, las tortugas pueden elegir y compartir un mismo sitio de anidación.
Detalle del desove. Los huevos, esféricos y flexibles, están recubiertos por una mucosa que les protegerá de la invasión de hongos y bacterias.
Fuera de la temporada de anidación, las hembras no se acercan a la playa, pudiendo vivir a cientos de kilómetros mar adentro. Durante la temporada permanecen varios meses muy cerca de la costa y se les puede ver «asomarse» por la tarde para decidir dónde saldrán a desovar.
Al desovar suelen evitar la luna llena porque son fácilmente localizables. Durante la luna nueva hay demasiada oscuridad y eso dificulta su labor. Por ello están más activas durante los cuartos menguante y creciente.
A veces hay que dedicarles mucho tiempo, como cuando salen hembras sin aletas posteriores o cuando las tienen paralizadas, ya que no pueden cavar. Una labor intensa que me tomaba varias horas de paciente ayuda, pero al final, verlas desovar compensaba cada grano de arena en mi cara y cuerpo.
Se dice que las tortugas marinas «lloran». Es verdad, aunque lo hacen de forma natural para eliminar la sal de su organismo. Nada que ver con las emociones, como se suele decir. En su piel se aprecian tres manchas, parásitos chupasangre comunes, similares a las sanguijuelas.
Cada hembra que protegíamos era marcada, fotoidentificada y desparasitada. Un servicio SPA en toda regla.
Los machos nunca regresarán a tierra firme tras haber nacido. Son muy esquivos y huidizos, sumergiéndose en cuanto se les acerca una embarcación.
Contrario a lo que se cree, es muy común que las hembras salgan a desovar durante el día, principalmente cuando hace mucho viento. Aunque están mucho más expuestas a los peligros, habitualmente están bastante «relajadas» durante la anidación diurna.
En ocasiones, las hembras caen en un profundo sueño tras haber depositado sus huevos, y si no se les molesta pueden quedarse en ese trance durante horas. Ésta foto fue tomada al amanecer y hubo qué despertarla para no dejarla sin protección al terminar la jornada.
Vista frontal de una hembra desovando, en su momento de «trance» en el que están «desconectadas» de lo que ocurre alrededor. Se pueden apreciar sus «lágrimas» y su blanda nariz.
Un policía estatal resguarda a una tortuga que regresa al mar tras desovar. ¡Una gran oportunidad para conocerla de cerca!El apareamiento ocurre en el mar y puede durar varias horas. El macho se aferra firmemente a la hembra gracias a una garra curvada que tiene en sus aletas pectorales. Foto de mi amigo y colaborador Francisco McCann.Una tortuga laúd (Dermochelys coriacea), la tortuga más grande del mundo, es un raro visitante. Ésta hembra, con más de 1,80m de longitud, salió a desovar en Puerto Vallarta durante el invierno de 2003.Muchas veces, lo que la gente necesita, es simplemente la oportunidad de conocer y apreciar de cerca a un animal para cambiar su perspectiva. Uno de los pilares del proyecto era, precisamente, aprovechar esos fantásticos momentos para crear conciencia y sensibilidad ambiental, siempre bajo vigilancia y con el máximo respeto hacia la tortuga.Una realidad que nadie atiende. Las comodiadades humanas son incomodidades para los animales. Las tortugas deben sortear una gran cantidad de obstáculos en la playa cuando intentan anidar, y a veces hay que echarles una mano. Aquí Mar Zuloaga aguantó como una campeona 20 minutos hasta que la tortuga comenzó a desovar y pudimos mover las tumbonas.Algunos obstáculos son mortales. Ésta tortuga tuvo suerte de ser rescatada tras caer entre las rocas de un espigón (rompeolas). ¡No la culpo por haberme mordido el brazo!A veces las luces desorientan a las hembras y terminan entrando en los hoteles e incluso en las piscinas. En ésta foto me acompaña Odín Benítez, colaborador del proyecto, sacando a una tortuga de una propiedad privada.La labor de los voluntarios nos permitió continuar trabajando en los momentos más difíciles. A todos quienes participaron, ¡miles de gracias! Foto de mi amigo y colaborador Frank McCann.Mis grandes apoyos y manos derechas del proyecto: Odín Benitez, Mar Zuloaga y Frank McCann. ¡Gracias por tanta solidaridad!En el interior de cada huevo, se gesta un milagro. A contraluz, la silueta de una cría de golfina durante su última semana de desarrollo.Y finalmente, ¡el milagro emerge! Éstas crías emergen de un nido natural (no recolectado) en una playa de Puerto Vallarta. Debajo, varias decenas más están empujando activamente para salir. ¡Trabajo en equipo!Hermosas crías de apenas 5 centímetros. Su nariz está equipada con una pequeña espina llamada carúncula, cuya única función es romper el huevo. Tras unos días desaparecerá.Si las tortugas adultas se enfrentan a graves peligros, qué decir de las crías con su pequeño tamaño e incapaces de defenderse. Un cangrejo fantasma captura a una cría durante su camino hacia el mar.Pero de nuevo, su mayor peligro son las comodidades humanas. La sensación de seguridad que da tener grandes luces iluminando la playa, es una trampa mortal para las crías de tortuga, quienes se dirigen hacia ella. Caminan en círculos hasta el agotamiento, caen en alcantarillas o son presa de gatos, perros o aves. Las tortugas que nacen en viveros tienen más suerte, pues son liberadas directamente al mar, evitándoles una gran cantidad de riesgos y depredadores. Sin embargo, una vez que entran en el mar, tendrán que utilizar toda su energía para escapar de infinidad de depredadores. Con suerte, alguna volverá a anidar en aquella misma playa que le vió nacer.
Qué interesante relato, hermosos recuerdos.Mi Héroe.
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