Texto y fotografías Por Biol. Oscar S. Aranda Mena
Estamos tan acostumbrados a las aves y todo lo que representan que ni siquiera nos damos cuenta de ello. Nos acompañan por la mañana; mientras desayunamos, mientras manejamos al trabajo, mientras hablamos, mientras hacemos la compra en el supermercado, mientras comemos algún antojito en la calle e incluso, mientras dormimos. Las aves de alguna manera, forman parte de nuestras vidas de lo que suponemos. La mayoría de nosotros nos desayunamos unos huevitos al gusto o al menos comemos algo que esté hecho con huevos, como pastelillos, o postres; mientras que con un poco de suerte comeremos en alguna parte del día algún producto hechos de pollo, pavo, etcétera.
Cada mañana las aves nos dan el saludo matinal, confirmándonos que un nuevo día ha comenzado, y que al otro lado de la ventana el mundo sigue girando. Mientras el mundo gira, nosotros pensamos en ellas casi inconscientemente, repitiendo frases y refranes como “fulanito se anda haciendo el pato”, o “esta persona tiene vista de águila”, “más vale pájaro en mano”, “cría cuervos y te sacarán los ojos”, o “me lo dijo un pajarito”. Al mirar por la ventana de la casa, oficina o del vehículo en el que circulamos, miramos siempre aves volando o surcando los cielos, ignorando que en cada árbol hay algún pajarillo revoloteando entre las ramas.
Así pues, para la mayoría de nosotros (por no decir de todos), las aves son un elemento indispensable en nuestra vida cotidiana, no solo por el alimento que nos proveen, sino que tal vez más que ningún otro ser vivo en el mundo, son una manifestación de la vida silvestre y libre de nuestras vidas (exceptuando claro, a las aves domésticas y las enjauladas como mascotas), pues hasta el más sencillo gorrión es una auténtica criatura silvestre.
Ni más, ni menos extraordinarias
Si lo pensamos un poco, las aves son tan especiales y extraordinarias como cualquier otro organismo vivo. Pero gracias a sus hábitos, formas y colores, los humanos nos identificamos con algunas partes de sus vidas, pues realizan actividades tan cotidianas como las nuestras, pero con variantes inesperadas y con frecuencia divertidas, inspirando a la mente humana y evocando sentimientos de admiración y veneración, lo que finalmente les ha permitido formar parte de nuestra historia y evolución como seres humanos y nuestra sociedad.
Pero, ¿de qué les ha servido nuestra admiración?
Es duro reconocer que nuestros estilos de vida se han vuelto tan dependientes de la explotación del mundo natural que incluso realizando nuestras actividades cotidianas estamos destruyendo a las aves y a sus ecosistemas a un ritmo nunca antes visto. De las alrededor de 10,000 diferentes especies de aves que existen en el planeta, se calcula que tan solo en este siglo se extinguirán unas 1,200; e irremediablemente se irán con ellas todos los íntimos lazos pasados y presentes entre las aves y los seres humanos.
¿Qué pasaría si sus cantos se convirtieran en reclamos? Tal vez intentan decirnos que aunque su supervivencia depende de nosotros, nosotros dependemos de ellas en igualdad de condiciones. Tal vez debamos pensar que el valor de las aves es equivalente a su hermosura y su gracia, y debamos permitir que hoy nos inspiren nuevamente como lo hicieron con nuestros ancestros, para que viendo a través de sus ojos podamos entender la filosofía de la vida, o la complejidad de los ecosistemas de la tierra y poder así resolver los problemas ambientales y sociales tan severos que enfrentamos.
Sería hermoso entender su lenguaje, para así escucharlas detenidamente. Si yo hablara con ellas, les preguntaría sobre cómo ven la vida, para aprender de ellas y de su forma tan alegre de vivir. Y le pregunto entonces a usted, mi estimado lector: ¿qué cree que le dirían?
Muy bonito, me gustan mucho las aves, todas…. Rosa María Mena
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