Me habían hablado de él y de su impresionante tamaño. En cada ocasión que lo busqué, era como un fantasma que, a pesar de su impresionante tamaño, sólo dejaba sus huellas como evidencia de su presencia. Encontraba a otros, igualmente hermosos, pero de él, apenas tuve la suerte de encontrarlo ayer. Justo al atardecer, cuando la luz comienza a enrojecer, en uno de mis paseos en las inmediaciones de casa buscando aves lo vi descansando en la orilla del ojo de agua que está a un lado de nuestra casa. Rodeé la lagunita y pude encontrar un buen ángulo para fotografiarlo. Desconfiado se echó al agua en un rápido movimiento, subiendo mi adrenalina, a pesar que con el telefoto que llevo podía mantener una distancia prudente de él. Ya en el agua, me acerqué a la orilla. Alardeó un poco en el agua y se acercó un poco, mostrando la cabeza y la cola a la vez, presumiendo sus cerca de 3 metros de longitud, hasta que tras mirarme fijamente y de frente, desapareció. Entonces, eché a correr, rompiendo todo el glamour fotográfico que llevaba hasta el momento, pues su «invisibilidad» y su sigilo son su mejor arma Tomado en la Laguna del Quelele, Nayarit, México.
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