Texto y Fotografías por Biol. Oscar S. Aranda Mena
Todos y cada uno de los seres humanos hemos sido actores, partícipes o testigos de algún acto de crueldad animal. El verdadero problema es que la crueldad animal no termina en el sufrimiento que causamos intencional o accidentalmente a algún ser vivo, sino que es el comienzo de un conflicto social complejo, capaz de destruir familias y sociedades enteras.
Definiendo la crueldad
La crueldad se define en sí como el acto en el que alguien se deleita en hacer sufrir o se complace en los padecimientos de cualquier ser vivo. Sin embargo, existen muchos tipos de crueldad y maltrato que no son comúnmente considerados como tales y que voluntaria o involuntariamente aplicamos en la vida diaria a nuestras mascotas, a los animales silvestres o de granja. Un animal que es molestado constantemente, un perro encadenado y con collar apretado, o que no tiene agua ni comida es una forma de abuso, y su dueño está siendo cruel. Otro ejemplo es la forma de transportar, hacinar y sacrificar el ganado y las aves que nos alimentan suele ser muy cruel, aunque no lo veamos.
El hecho de no ver que se comenten maltratos o actos de crueldad no nos libera totalmente de nuestra culpa, pues en muchas ocasiones somos testigos «sordos» de actos deliberados que se cometen en el vecindario. La indiferencia es cómplice del delito y muchas veces hay algo que podemos hacer para evitarlo o prevenirlo.
La crueldad como arte y deporte
Desafortunadamente, existen actos de crueldad que son ampliamente aceptados por la sociedad y quienes lo comenten son celebrados y festejados, como ocurre con las tradicionales corridas de toros, peleas de gallos y actos similares, defendidos a capa y espada por sus malinterpretados «orígenes culturales y/o tradicionales”.
Tal vez alguno de mis lectores se sentirá ofendido o en desacuerdo por mis aseveraciones. Afortunadamente existe el libre pensamiento, y éstas reflexiones son simplemente un reflejo muy particular de mi forma de ver la vida y de mis valores personales:
Aunque muchos aseguren que la tauromaquia es un arte, éste es y seguirá siendo uno de los actos más cobardes de abuso y extrema crueldad hacia un animal que, sin otra opción, no hace más que seguir su instinto de supervivencia hasta el último aliento, en un acto bárbaro donde nunca es enfrentado en igualdad de condiciones y mucho menos tiene la opción de elegir su destino. Por si fuera poco, los amantes de este deporte dan justificaciones fisiológicas absurdas y falsas sobre las razones por las cuales éstos animales son heridos y mutilados, argumentando por ejemplo, que ésta es la razón de existir para los toros, y que los objetos que se clavan en su cuerpo sólo tienen la función de «ayudarle» a liberar la tensión. Para no entrar en más debate, omitiré mencionar la variedad de torturas secretas a las que son sometidos desde antes de entrar al ruedo, con el único fin de hacerlos menos peligrosos, predecibles y fáciles de dominar.
Sorprendentemente, aunque la tauromaquia es una de las más famosas y terribles «tradiciones humanas», existen muchas otras en las que los toros (y otros animales) se ven llevados a una lenta y sanguinaria muerte. En España, aún hoy en día existen distintas celebraciones populares donde a los toros (por citar un ejemplo), se les prende fuego a sus cuernos («Bou embolat» o toro embolado), se les ahoga («Bous a la mar» o toros al mar) o se les mata a picotazos con filosas lanzas («Toro de la Vega» o lanceros de Tordesillas).
Sin entrar en más dolorosos detalles de lo que a éstos y a muchos otros animales se les hace diariamente en todo el planeta, debo hacer hincapié que lo más preocupante es el ver cómo la gente disfruta de este tipo de actividades sádicas, haciendo caso omiso a lo que muy dentro de su corazón (si es que lo tienen), saben que está mal. ¿Cómo se puede disfrutar al observar el sufrimiento visible y atroz de un ser vivo?
Afortunadamente, somos cada vez más quienes nos oponemos abierta y categóricamente a estos actos de barbarie, que son ampliamente rechazadas por las mayorías sociales del mundo entero, y que cada vez ejercen más presión social para prohibirlas definitivamente.
Afortunadamente, las voces de quienes repudiamos estas atrocidades, son cada vez mayores y más fuertes.
La psicología humana y la crueldad: más de lo que se ve
Resulta sumamente interesante que los más reconocidos psicólogos del mundo coincidan en que la crueldad hacia los animales y la violencia humana van de la mano, y que un elevado porcentaje de delincuentes violentos fueron en su niñez crueles maltratadores de animales. Casi todos los niños atraviesan una etapa de “crueldad inocente», donde lastiman y matan insectos u otros animales pequeños en el proceso de explorar el mundo y descubrir sus habilidades. Sin embargo, la mayoría de ellos se tornarán (con el paso del tiempo y con la guía de sus padres) sensibles al hecho de que los animales pueden sentir dolor y sufrir igual que nosotros, por lo que evitarán lastimarlos. Yo mismo recuerdo haber atravesado esa etapa, tras la que afortunadamente me enlisté en lado de quienes nos preocupamos por el respeto a la naturaleza.
Los criminólogos señalan a la crueldad contra los animales como una característica típica para identificar a aquellos jóvenes con el «potencial» de convertirse en futuros criminales, y la crueldad intencional contra los animales es una señal de serios y profundos problemas psicológicos que deben ser atendidos profesionalmente. El término médico de este problema se denomina «psicopatía», y se ha comprobado que la crueldad animal es comúnmente cometida por personas inseguras, con una autoestima baja, y que buscan sentirse poderosas o dominantes hacia el más débil. Los estudios demuestran que en general, son personas que han sufrido (o están sufriendo) algún abuso por parte de algún familiar, y que suelen ser adolescentes o adultos jóvenes masculinos con pocas amistades y con malas notas académicas.
Desafortunadamente, los toros son uno de los animales que sufren más maltratos en el mundo entero.
Doble responsabilidad
La mayor parte de las personas que justifican el maltrato y la crueldad hacia otros seres vivos, aseguran que es un derecho “divino” que los humanos tienen sobre las demás especies del planeta por su inteligencia “superior”, cuando es ésta inteligencia y raciocinio la que debe distinguirnos del resto de los animales. Tristemente, esa inteligencia que privilegia a los seres humanos no ha sido debidamente aprovechada para hacernos conscientes del importante papel que jugamos en nuestro planeta, y sobre todo de la doble responsabilidad que tenemos por ser precisamente «seres racionales”.
No debemos callar ante el abuso diario que presenciamos hacia los animales, sin importar que sean domésticos o silvestres, grandes o pequeños. Seamos la voz de aquellos que no pueden hablar, pues si respetamos la naturaleza nos respetaremos a nosotros mismos. No debemos olvidar en ningún momento que la compasión y la empatía, son dones que nos hace ser mejores personas.
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Te amo hijo, qué bien escribes!!!!
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